Llora el mirlo en la ventana. En lo azul de un rostro pálido, en la ternura de tus manos sobre el regazo caliente. Llora lágrimas como flores salvajes, como la piel de la herida que araña las paredes de este corazón nuestro, del estómago que se sacia y revuelve, que escupe la cena y las mentiras.

Tú lo miras. Al mirlo, negro como la noche, como la luz de tus pupilas. Lo miras y sonríes, y no dices nada, y lo dices todo con los gestos, con la palidez de ese rostro tuyo que refleja el temblor leve de sus alas.
-¿A dónde irá? - preguntas.
La lluvia ha lavado los cristales, las plumas, la ropa blanca que te viste. La lluvia que acompaña, que expande los olores, el ruido tenue del llanto al fondo del cuarto. Y sin embargo, nada reluce como debiera.