Cubre el vientre de ceniza. El recuerdo, la voz que se alza lentamente, que brota de las calles y se acomoda en las esquinas del cuarto en el que habita. Siempre el cuarto, las paredes, los muebles con sus luces y sus sombras. Y sobre todos ellos la ceniza, la ceniza estéril del recuerdo, del amor que estuvo y se va, que nunca fue o fue demasiado.

No llora. Bebe vino, aspira, suelta el aire. La víscera se derrama sobre la cama, esta sangre suya, esta prueba del amor perdido. Pero no llora, ni una lágrima, ni el atisbo de un gemido en su boca. Quizás porque es valiente o todo lo contrario, quizás porque el olor de la ceniza acaricia y calma, mece los demonios y adormece sus latidos. Quizás, quién sabe, puede que solo esté cansada. No llora ni habla, pero bebe, y del no nacido se escucha el llanto lastimero, el llanto del animalito apresado en la jaula.
-Lo siento - dice.
Se aprieta el vientre, toca la ceniza con los dedos y el recuerdo se ancla a la carne y la penetra, se clava allá donde no llega con las uñas, donde rascar es inútil. Y sin embargo, no para. Y sin embargo, tantas cosas que no puede dejar de hacer aunque sabe, sabe que ya no hay remedio.

5 comentarios:

Amanecer Nocturno dijo...

Tristeza sangrante. Ay.

Zazish dijo...

Me encanta lo delicadamente cruel que es la descripción.

Sarco Lange dijo...

Estuve en el túnel. Habían huesos en el suelo. Entonces todo fue silencio.

Besos.

.A dijo...

nunca fue amor..

P. dijo...

Preciosa, terrible escena.