Duerme. El ovillo en la cama, el amasijo, la carne trémula que huele a fruta y miseria. Duerme como el animal y, sin embargo, hay en su respiración algo amargo, algo que huye de lo plácido que anida en su gesto. Tú te das cuenta. Me miras y encoges los hombros, sacudes el cuerpo, buscas mi mano y me la aprietas. Y entonces hablas, hablas con tu voz de otro mundo, con la sabiduría que te han dado los años que has pasado con nosotros. Hablas y yo clavo mis ojos en tu vientre, en tus manos que acarician esa frente que es la mía, que es la de una Coco dormida y muerta, una Coco que huele y exhibe aún en sueños.
-Si me fuera, quizás podríais ser felices. Quizás podríais intentarlo. Tú y ella, los dos niños, los dos agarrados de la mano. Si me fuera, quizás...
Te aprietas el vientre. Coco habla en sueños, ríe, revuelve el cuerpecito en el colchón gastado. La luz se filtra y acaricia vuestras pieles, os hermana y estremece mis entrañas al imaginaros una sola, una Coco con cara de Cleo, una Cleo hermosa bailando con la dama vestida de blanco. Y entonces te levantas, quebrando el sueño, cambiando el gesto a medida que acercas el vientre a mis manos abiertas.
-Si te vas nos moriríamos - te digo, tanteando la carne que me busca, allá bajo tu falda, bajo la ropa que cubre la vergüenza que hiere a la muchacha dormida. 
-Si me voy nos moriremos.

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