Nada sé de la muerte o la miseria. Sí de las muchachas y los árboles frutales. Sí de cuerpos y congojas. Pero la muerte, ay. De esa nada.

Llegó un día, como tantas otras cosas. Tú bailabas. Dijiste, tengo frío, y de tu pecho brotó el ave malherida. Yo quise cuidar de ella. Alimentarla como a la criatura, llenar su garganta de pan y leche. Cambiar mi sangre por la suya.

Qué loco era. Qué niño.

8 comentarios:

muesli. dijo...

Amo fervientemente los sentimientos que me transmites cuando te leo. Eres magia.

EMILIANO dijo...

"...llenar su garganta de pan y leche. Cambiar mi sangre por la suya."

!!

Mònica C. Vidal dijo...

siempre es tan delicado leerte.
como un cuento ¿sabes? como la crueldad en los niños, como la herida fácil, lo suave.

Crisis. dijo...

Siempre me has parecido impecable e increíble en tus palabras... Y este es uno de los textos más jodidamente conmovedores que he leído en mucho tiempo. Definitivamente lo es.
Millones de besos ácidos.

Beatriz Losilla dijo...

Eres sensibilidad pura, frágil, me encanta lo que escribes.

Anónimo dijo...

¿Cómo pueden expresarse tantas sensaciones con apenas tres párrafos? Me encanta. Tus palabras saben a tristeza, a fragilidad y a poesía.

Hacía mucho tiempo que no me pasaba por aquí, pero a partir de ahora creo que lo haré más a menudo.

¡Un beso! :)

Nata Ruiz-Poveda dijo...

bravo por tus textos y gracias por tus fotos!

Anónimo dijo...

Guau, "Nada sé de la muerte o la miseria. Sí de las muchachas y los árboles frutales." Menudo verso, impresionante. Me ha gustado mucho, pásate por mi blog a ver si te gusta algo de lo que escribo, me gustaría saber la opinión de una persona capaz de escribir así.