A veces le sobreviene esta tristeza irreparable, este aire de animal
apaleado que arrastra por las calles junto al vestido y los zapatos.
Busca entonces en la casa, olfatea los recodos y los muebles, busca allá
en el porche un lugar que quizás un día fue suyo y hoy no es más que
los fantasmas, el lugar donde la mujer de oriente la amó hasta la
tragedia, con esa locura que le era propia y que nunca, en todos estos
años, ha encontrado ella en otro cuerpo.
Busca con el
hambre que sentía de niña y que algunas veces, algunas mañanas
calurosas, le sacude el espinazo y la trae hasta mí, serena la mirada y
sin embargo, este temblor, la tristeza oscurecida que la obliga a salir y
a rastrear, sabiendo, siempre consciente de que nunca más habrá de
hallarla, nunca más estará la mujer donde estuvo en otro tiempo.
(...)
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