Ilumina la luz el cuartito. El cuerpo cruzado sobre la cama. La carne.
Es
hermosa y menuda, vivaz como un animalillo. Tiene un nombre breve y las
pestañas largas y densas. No sonríe, pero hay algo encantador en su
mirada, en la forma que tiene de lamerse los labios antes de decir algo
importante. Quizás sonría los días de verano, vestida de amarillo,
sombrero en mano y flores en el pecho. Quizás lo haga cuando nadie mira,
cuando mi ojo observa, en la oscuridad del cuartito en el que habita.
Huele
a tierra caliente. A océano. El vello oscuro araña mis mejillas, mis
labios abiertos, la lengua que busca y apremia. No habla mucho y, sin
embargo, lo dice todo con los ojos, esos ojos grandes y sabios
que conocen lo terrible de este mundo. Bebe a sorbos de la botella, se
limpia con la mano y, con esa presteza suya que a veces me acorrala,
pone música suave. Luego se sube la falda, se acaricia la grupa y
extiende mi sudor por su piel bronceada.
-Déjame llevarte a pasear - le digo.
Ella
sacude la cabeza. Su olor se extiende por el cuarto, cala las sábanas
calientes. La voz de una mujer llega hasta nosotros, se mece brevemente
en el aire viciado y desaparece después bajo la cama.
-Sea usted bueno, anda. Pague y váyase, y vuelva mañana.
Su
cuerpecito se estremece y la luz vibra en las costuras de su falda.
Sonríe, abiertamente, con esos dientes suyos que tanto me gustan. Sonríe
y extiende las manos y la vida, y yo sé, con la certeza del tiempo y
los años, que realmente seguirá aquí si vuelvo mañana.
5 comentarios:
Qué maravilla...
sí nos parecemos más escribiendo nuestros blogs se fusionarán Dara
Cuánta hermosa cadencia, una melodía que eriza la piel. Un abrazo.
Compartir, muchas veces es lo que nos mantiene vivos...
Texto muy delicado y con varias interpretaciones.
bsos
Ay las dos hemos hablado de cuerpecitos.
Beijos :*
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